Ha sido la noticia
económica de agosto: el temor a la crisis del gigante chino,
la locomotora de la economía mundial en
las dos últimas décadas. China está
creciendo menos y su Gobierno ha tomado medidas excepcionales para reanimar la economía: devaluar su
moneda, inyectar liquidez y bajar los tipos de interés, además de intervenir en
sus Bolsas para frenar unas drásticas caídas que han contagiado a todos los
mercados. El susto ha pasado pero los problemas siguen ahí y el mundo pide
que
China cambie su modelo de crecimiento y liberalice su economía para impedir una crisis más profunda, de
consecuencias inimaginables. El problema es que los temores sobre China resurgen cuando el resto del mundo está estancado y el FMI ha pedido medidas al G-20 para evitar un "frenazo económico": Japón está a las puertas de su quinta recesión, Europa apenas crece, Canadá está en recesión y Latinoamérica
y muchos emergentes han entrado en crisis. Salimos de la gran recesión,
pero la economía mundial no tira, salvo EEUU
(poco). Y si pincha China, apaga y vámonos.
enrique ortega |
El temor a una crisis en China es un
miedo recurrente, tras tres décadas de fuerte crecimiento, superior al 10% durante varios años, que le ha llevado
a convertirse en la segunda economía
mundial, tras EEUU. Este verano, el detonante de los temores fue el mal
dato de las exportaciones chinas en julio: habían caído un 8,3%. Y algo peor: ya eran 5 meses, de los 7 transcurridos en
2015, en que caían las exportaciones, el motor del crecimiento chino. Por
eso, el 11 de agosto, el Gobierno inició la devaluación de su moneda, el yuan, un 3%
en tres días, una medida que se disfrazó
como una liberalización en su mercado de divisas (apoyada por el FMI) pero
que los mercados interpretaron como una confirmación de que el crecimiento
chino era débil y que quizás no alcanzara el 7% previsto para 2015. Eso hizo hundirse a la Bolsa de Shanghái, que cayó un 35% desde junio, contagiando a todas las Bolsas mundiales. Y el Gobierno chino se vio obligado a intervenir, con compras en Bolsa, inyección de liquidez y rebaja de tipos (la quinta desde noviembre) para calmar los ánimos.
Lo peor pasó y a finales de agosto y principios de
septiembre hay algo más de calma en los mercados, aunque siguen muy vivos los temores sobre un posible “pinchazo” de la economía china, que ha sido la locomotora de la economía mundial en las últimas décadas y sobre
todo, tras la crisis financiera de 2008, aportado la mitad de lo que ha crecido
el mundo en estos años. Tras los fuertes crecimientos de China en las últimas tres décadas (por encima del
10%), en 2014 creció “sólo” un 7,4% y para este año el objetivo es crecer al
7%, aunque algunos expertos creen que podría no superar el 4%. Y además preocupa que estalle alguna de las tres “burbujas” que se han creado en la economía china: la burbuja del crédito (gobiernos locales y empresas
estatales, tienen una deuda de 28 billones de dólares, el 280% del PIB), la
burbuja inmobiliaria y la burbuja de
la Bolsa (subió un 150% el último
año).
El problema de fondo es el agotamiento del modelo de crecimiento de China en estos 30 años, basado
en la exportación, en convertirse en “la fábrica del mundo”, un modelo que ha tocado fondo por razones
externas (el comercio mundial y las principales economías se han estancado
y les compran menos) y sobre todo por razones internas: los salarios chinos
se han triplicado, falta mano de obra
cualificada (por su política demográfica), hay escasez de energía y materias primas, falta innovación y tecnología y está en
riesgo el medio ambiente y la estabilidad social, con una creciente desigualdad y corrupción. China ha
crecido gracias a la inversión pública en infraestructuras y a las
exportaciones pero esos motores se agotan y ahora necesita cambiar el modelo y crecer en base al
consumo interno, que sólo aporta un 38% del crecimiento cuando en España y
Occidente supone el 60%.
El reto es complejo: conseguir crecer en base a un mayor consumo
de los 1.200 millones de chinos a la vez que siguen inundando el mundo con sus
productos baratos. Y en el camino, desinflar
las burbujas de la Bolsa, el mercado inmobiliario y la enorme deuda. Tienen
a su favor dos factores: mucho
dinero (unas inmensas reservas de
3,6 billones de dólares, invertidas por todo el mundo) y una economía muy intervenida por el Estado, que tiene todas las
palancas para tomar medidas que intenten evitar las crisis. Pero a su vez, esta es
también su debilidad: una economía muy intervenida acaba siendo muy
ineficiente y por eso los expertos piden una mayor liberalización de la economía china, desde sus empresas a sus
bancos, con mayor entrada al capital extranjero. El mayor obstáculo a esta apertura económica está en la política, en el control total del poder por el partido único (el PCCh), que defiende un “capitalismo de partido” (o un “comunismo de mercado”) que les ha ido
bien en lo económico pero que a la larga, en la medida que la población
progrese, es incompatible con la falta de democracia.
El futuro de China
preocupa y mucho porque todos los análisis señalan que Asia concentrará el 75% del crecimiento mundial en la próxima década. El
problema además es que los temores sobre
China han saltado en un momento en que el resto del mundo está estancado y
apenas “tira”, aunque oficialmente haya salido de la gran recesión de 2008.
Japón acaba de
anunciar que su economía ha caído un 0,4% en el segundo trimestre, tras sólo 6 meses de
crecimiento, con lo que va camino de entrar en su quinta recesión en los
últimos siete años. La Unión Europea
sigue estancada (ha crecido sólo un 0,4% en el segundo trimestre de 2015, lo mismo
que en los dos anteriores) y la zona
euro va incluso peor, con un mínimo crecimiento del 0,3% entre abril y junio (inferior al 0,4% de los
dos trimestres anteriores). Francia
está parada (creció un 0% en el segundo trimestre), Italia casi (+0,2%) y Alemania
crece el 0,4%, mientras Holanda y Austria crecen el 0,1%. Y España “saca pecho”
con un crecimiento del 1%, mientras Reino Unido crece al 0,7%. Miserias. Canadá, la décima economía del mundo, acaba de entrar en recesión por la crisis del petróleo. Y entre tanto, muchos países emergentes han entrado en
crisis, por la caída del comercio mundial y de los precios de las materias
primas, desde Brasil (en recesión) a Chile o Venezuela, Indonesia, Sudáfrica,
Rusia o Australia. La propia directora general del FMI acaba de decir que espera en 2015 un crecimiento mundial “más débil del
esperado”, en torno al 3%. Y el FMI ha advertido al G-20 del riesgo de un "frenazo económico", por China y la debilidad de los países emergentes, la fortaleza del dólar, la caída de las materias primas y el menor flujo de capitales.
La esperanza es Estados Unidos, el único país que va mejor y crea bastante empleo. Pero tampoco está para echar cohetes: la
Reserva Federal ha rebajado en junio su previsión de crecimiento para 2015, del 2,3%-2,7%
que preveía en marzo al 1,8%-2%, un
crecimiento moderado que podría retrasar la decisión de subir los tipos de interés, quizás hasta fin de año. Y en agosto se han creado menos empleos (173.000) que en los siete meses anteriores (212.000 nuevos empleos mensuales), aunque el paro ha caído al 5,1%, el nivel más bajo desde abril de 2008 (y menos de la mitad que el paro en la zona euro: 10,9%). En cualquier caso, si suben los tipos la próxima semana (16 y 17), por primera vez desde la crisis de 2008, EEUU podría provocar un mayor estancamiento
en la economía mundial, agravando la crisis de China y sobre todo, de los países
emergentes: la mayoría están muy endeudados y con un dólar más fuerte,
aumentaría el pago de intereses de la deuda, frenando su crecimiento. Por eso, quizás esperen a diciembre para subir los tipos (suavemente).
Así que el problema
no es sólo que China pueda crecer menos del 7% sino que el resto del mundo (que supone el 83% del PIB mundial) apenas
crece e incluso decrece, mientras EEUU no acaba de tirar de la economía
mundial, a un año de las elecciones presidenciales de 2016. El mundo ha salido oficialmente de la gran
recesión pero ha entrado en un parón, en un “estancamiento prolongado”, en una espiral de mínimo
crecimiento, empleo e inflación. Haría
falta un esfuerzo conjunto de los grandes países para reanimar la economía
mundial, con políticas coordinadas a través del G-8, del G-20 o del FMI. Pero
los dirigentes mundiales, reunidos el viernes y sábado en Ankara (Cumbre G-20), no han tomado medidas concretas para estimular las economías, como les pedía el FMI . Y cada uno sigue "a lo suyo",
a intentar salvarse depreciando su moneda (el Banco Mundial habla de una
escaramuza de “guerra de divisas”), bajando tipos o protegiendo sus exportaciones y ayudando a
sus empresas.
Es la política de “sálvese
el que pueda” y dejar que los mercados manden, a golpe de vaivenes, sustos
y millonarias plusvalías. No hay una
coordinación económica mundial ni una apuesta decidida por salir de la crisis
con decisión y más estímulos públicos al crecimiento y al empleo. En este contexto de estancamiento y
descoordinación, si China falla y “pincha”, acabaremos en otra grave recesión. Lo
saben, pero los líderes mundiales (G-8 y G-20) no hacen nada para evitarlo. No aprenden.
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