Enrique Ortega |
La subida del gasto farmacéutico, año tras año, es un problema muy serio en España y en el resto de Europa, por tres motivos: cada vez hay más mayores (de 7,9 millones mayores de 65 años en 2010 hemos pasado a 9,38 millones en 2021), que necesitan más medicinas, crecen los pacientes con enfermedades crónicas y los nuevos medicamentos, en especial los tratamientos hospitalarios, son más caros. Además, la falta de medios en la atención primaria fomenta que los médicos (sin tiempo) receten más, además de existir un abuso en la utilización de antibióticos (+40% con la pandemia) y en la automedicación.
En España, el gasto farmacéutico se disparó entre 2.000 (6.585 millones en recetas) y 2005 (10.052 millones), alcanzando un récord en 2009, con casi 1.000 millones de recetas, 12.506 millones de gasto sólo en farmacias más otros 4.000 millones en hospitales. A partir de 2010, se recortaron los precios de algunos medicamentos año tras año, pero sin mucho impacto (11.135 millones de gasto en farmacias en 2011). En 2012, Rajoy impuso un copago farmacéutico (por el que la mayoría de los pacientes pagan un 50% de la receta y un 10% los jubilados), que redujo el gasto drásticamente en 2012 (9.360 millones) y 2013 (9.183 millones). Pero el gasto volvió a subir en 2014 (9.360 millones) y así año tras año, hasta 2020, donde batió otro récord por la pandemia: 11.077 millones de gasto en las farmacias y 7.877 en los hospitales (casi el doble que en 2009). Y a la vista de los últimos datos publicados, en 2021 habrá vuelto a subir el gasto farmacéutico, rozando los 20.000 millones (11.700 millones de gasto en farmacias y 8.000 millones en los hospitales).
Los distintos Gobiernos llevan desde 2010 intentando contener el gasto farmacéutico por dos vías. Una, poco conocida, es la revisión constante a la baja por Sanidad de los precios de los medicamentos, que se retroalimenta por una guerra de precios entre laboratorios, para poder colocar sus medicamentos de marca frente a los genéricos (40% ventas). La otra vía es rebajar cada año, desde 2010, (en 2019 hubo dos rebajas), los precios de referencia de algunos medicamentos: el precio máximo que paga el SNS (las autonomías) por un medicamento con receta (si el fármaco recetado tiene un precio superior, el farmacéutico está obligado a suministrar al paciente un medicamento más barato, preferentemente “genérico”, con patente caducada”). El definitiva, las dos vías de ahorro buscan lo mismo: pagar menos cada año por una parte de los fármacos que se recetan.
Este año 2022, la rebaja de los precios de referencia (que entró en vigor el 1 de enero) supone una bajada de precios para 1.292 medicamentos (de las 33.000 presentaciones que se dispensan). La rebaja supone un ahorro para las autonomías (que son quien pagan el gasto farmacéutico) de 234,13 millones (en 2021, la rebaja fue de 170 millones), 169,41 millones en medicamentos de uso hospitalario y 64.72 millones en las ventas en farmacias. Esta rebaja afecta poco a los ciudadanos, que se ahorrarán este año 7,42 millones, según Sanidad.
Pero a la hora de pagar en la farmacia, apenas lo notarán, porque la rebaja es de unos céntimos. Vea algunos ejemplos (listado nuevos precios aquí): Crestor, para el colesterol baja de 9,96 a 9,87 PVP, Clexane, una heparina de 10 jeringuillas baja de 44.23 a 40,62 euros, Escitalopram, para la depresión, baja de 8,76 a 8,74 euros, Monurol, para la infección urinaria, baja de 2,81 a 2,50, Tebarat, un colirio con 30 monodosis, baja de 7,45 a 7,40 y Zyntabac, un fármaco para dejar de fumar, baja de 16,25 a 13 euros. Y recuerde: son PVP, el paciente paga realmente el 50% del precio y los jubilados el 10%, con lo que la rebaja es menor.
Las que sí van a notar esta rebaja, la nº 14 desde 2010, son las farmacias, a las que el decreto de nuevos precios de referencia recorta 57,3 millones de ingresos este año, lo que va a afectar muy seriamente a sus cuentas, después de un mal año 2021, donde han dispensado más recetas pero han facturado un 2,9% menos, según los datos de la consultora IQvia hasta noviembre. Y el recorte afectará sobre todo al 50% de las 22.164 farmacias, las más pequeñas, que facturan menos de 590.000 euros anuales y que tienen un margen neto del 9,53%, según Asefarma: un beneficio neto medio de 48.294 euros antes de impuestos, unos 28.000 euros netos, que en el caso de las farmacias que facturan menos de 300.000 euros (3.000 farmacias, con un margen del 9,30%) las pone a un paso del cierre (de hecho, hay 852 farmacias, la mayoría rurales, en situación de “viabilidad económica comprometida”).
Así que ahora, con otro recorte más, muchas farmacias pequeñas empeorarán sus ya ajustadas cuentas, provocando cierres y ajustes de plantillas, cuando son el punto de ayuda sanitaria más cercano, como se ha visto claramente en estos dos años de pandemia. Es una de las consecuencias de tener medicamentos que valen menos que un café: el 50% de los medicamentos con receta cuestan ya menos de 3,5 euros, según Farmaindustria, y nosotros pagamos por ellos entre 35 céntimos (jubilados) y 1,70 euros (la mayoría).
La otra consecuencia de pagar muchos medicamentos al precio de un café es que afecta a su fabricación y comercialización por los laboratorios: los precios de muchos fármacos son tan bajos que no compensa venderlos en España (interesa “desviarlos” a otros paises donde tienen precios más altos) o que no les compensa ya fabricarlos a los laboratorios. Ambos motivos provocan lo mismo: el desabastecimiento de algunos fármacos, que también se produce por otros motivos (como una subida no esperada de la demanda o problemas en la cadena de suministro, en el retraso de la llegada de principios activos de Asia). El caso es que los desabastecimientos de medicamentos se han más que duplicado en España: pasaron de 700 casos en 2015 a 1.650 en 2019 y 1.518 en 2020, según los datos de la Agencia Española del Medicamento (AEMPS), cuya web informa cada día de los medicamentos con problemas de suministros (hoy, 508 en falta).
España es el país con los medicamentos más baratos de Europa, tras Eslovaquia, Portugal, Estonia y Letonia: se pagan un 15% por debajo de la media de la eurozona, según los datos de la consultora IMS Health. Y un medicamento cuesta de media en España un 33% menos que en Alemania, Luxemburgo, Finlandia, Bélgica o Irlanda, y un 16% menos que en Francia o Italia. Eso fomenta la exportación de medicamentos fuera de España, que se ha multiplicado por 22 entre 1955 (562 millones exportados) y 2020 (12.558 millones), disparándose en 2021 (13.779 millones exportados hasta octubre), según Comercio. La patronal de farmacias FEFE lleva años alertando que incluir en la rebaja de precios a medicamentos derivados de la penicilina (considerados esenciales por la OMS) “puede acarrear consecuencias como el desabastecimiento, por la falta de rentabilidad de estos fármacos”. De hecho, la propia Orden de Sanidad establece algunas cautelas a la bajada de precios para evitar desabastecimientos, como mantener un precio mínimo de 1,60 euros, la no revisión en el caso de medicamentos esenciales y un precio de referencia “ponderado” para medicamentos de enfermedades graves o con precios recientemente revisados.
Otra consecuencia de los recortes continuados en los precios de muchos medicamentos es que se afecta a las inversiones de los laboratorios, españoles y sobre todo extranjeros, que pueden trasladar producciones a paises con precios más altos. Y eso puede retraer la investigación en nuevos fármacos en España. De hecho, sólo 2 de cada 10 medicamentos autorizados en España son considerados innovadores. Y llevamos 18 años sin nuevos fármacos contra el Alzheimer, 20 años sin nuevos antibióticos y 30 años sin ansiolíticos innovadores, según han denunciado los farmacéuticos de Orense. Y además del problema de los recortes de precios, hay un grave problema de retrasos en la aprobación de nuevos fármacos: sólo el 52% de los nuevos medicamentos autorizados en Europa se autorizan en España (frente al 80% en otros paises), por dos motivos, según los expertos: desinterés de una parte de la industria en lanzar nuevos fármacos en España y retraso en el proceso de aprobación por la Agencia Española del Medicamento (hasta 15 meses), por falta de personal que haga los informes y la compleja negociación para fijar el precio (los laboratorios "se suben a la parra").
Al final, apostar toda la rebaja en la factura farmacéutica a bajar el precio de los medicamentos, año tras año, apenas ayuda a los pacientes, deteriora seriamente las cuentas de muchas farmacias y penaliza a las farmacéuticas, lo que favorece el desabastecimiento de algunos fármacos y retrasa la llegada de medicamentos innovadores (sólo se aprueban, por ejemplo, el 56% de los anti cancerígenos que ha aprobado la Agencia europea del medicamento, y con más de 1 año de retraso). Habría que buscar otras vías de ahorro, desde la política de compras (cada autonomía va a su aire) hasta la racionalización del consumo (recetando menos) y campañas contra la automedicación. Y ayudar a farmacias y laboratorios, dos elementos claves para la política sanitaria.
La pandemia ha trastocado toda la política sanitaria en Europa y también ha desvelado nuestra vulnerabilidad en materia farmacéutica, reflejada en la falta de mascarillas, equipos de protección individual, respiradores o test, que se han sumado al previo desabastecimiento de medicamentos: un grave problema antes de la pandemia, al haberse multiplicado por 20 en este siglo. Y sobre todo, la pandemia ha dejado al descubierto la tremenda dependencia de la industria farmacéutica europea de Asia, en dos sentidos. Por un lado, muchas empresas farmacéuticas “deslocalizaron” su producción, provocando que el 40% de los medicamentos comercializados en la UE proceden de paises terceros. Y el 60% restante, que sí se fabrican en Europa, dependen de materias primas farmacéuticas que se producen fuera de la UE: entre el 60 y el 80% de los principios activos que son la base de los medicamentos europeos se importan de terceros paises, sobre todo de China e India.
La pandemia y el
embudo en los transportes marítimos han revelado con claridad la vulnerabilidad
de la industria farmacéutica europea, que es la mayor exportadora
mundial de medicamentos. Ya en julio de 2020, el Parlamento lanzó
una alerta, pidiendo a la Comisión que se aprobara una Estrategia
Farmacéutica Europea, con 2
objetivos: mejorar la autonomía y la competitividad de la industria
farmacéutica y mejorar el acceso a más medicamentos innovadores y asequibles para los europeos. El 25 de noviembre de 2020, la Comisión
aprobó esa Estrategia, asentada sobre 4 pilares. Uno, garantizar que
los pacientes accedan a medicamentos
asequibles y atender necesidades no satisfechas, como enfermedades raras,
cáncer infantil y lucha contra resistencia antimicrobiana. Dos, fomentar la competitividad, innovación y
sostenibilidad de la industria europea, asegurando el autoabastecimiento. Tres,
mejorar y diversificar las cadenas de suministro, para subsanar
la escasez de medicamentos y productos médicos. Y cuatro, liderar en el mundo la innovación sanitaria y farmacéutica, con medicamentos “made in Europe”.
Durante un año, las autoridades europeas, los paises y la industria farmacéutica han estado perfilando esta Estrategia Farmacéutica para Europa, que el Parlamento Europeo aprobó el pasado 24 de noviembre, por amplia mayoría, con dos novedades importantes. Una, que las ayudas públicas a la investigación farmacéutica se tendrán que reflejar en el precio final (menor) de los nuevos medicamentos. Y la otra, que se potenciarán las compras públicas de medicamentos a nivel europeo (como se ha hecho con las vacunas), para bajar los precios de los nuevos tratamientos (algunos carísimos) y rebajar la factura farmacéutica de los paises.
Con la aprobación de la Estrategia Farmacéutica Europea, las multinacionales ya se han empezado a mover, para posicionarse en la carrera por los futuros medicamentos “made in Europe”, fabricados totalmente en la UE. Así, la francesa Sanofi ha anunciado la producción de 200 tipos de materias primas en 6 paises europeos (no en España), mientras AstraZeneca trasladará su fabricación de principios activos de Asia a Irlanda. En esta “movida”, que se asemeja a la del automóvil, España tendrá que convencer (y ayudar) a los laboratorios (españoles y extranjeros) para atraer inversiones y nuevas plantas, a asentar nuestro país como un lugar clave para fabricar los medicamentos europeos del futuro.
Ese es uno de los objetivos del PERTE de Salud de Vanguardia, un proyecto aprobado por el Gobierno el 30 de noviembre pasado para movilizar y financiar la fabricación de medicamentos y terapias innovadoras, destinando 982 millones de fondos europeos entre 2022 y 2023 (y atrayendo otros 487 millones privados). El PERTE aprobado tiene 4 objetivos, dos ligados a la sanidad (un sistema público de salud más digitalizado y potenciar la atención primaria digital) y los otros dos destinados a potenciar terapias avanzadas en el tratamiento de enfermedades (en especial la diabetes, las enfermedades degenerativas y el ELA) y el desarrollo de fármacos innovadores, en colaboración con la industria farmacéutica, los investigadores y los grandes hospitales, buscando que España siga siendo un país atractivo para los ensayos clínicos de nuevos medicamentos (hoy es líder en Europa y 4ª del mundo).
En resumen, el gran objetivo es conseguir que, en una década, Europa sea autosuficiente en la provisión de medicamentos y líder mundial en nuevos fármacos y terapias. Y que los ciudadanos tengamos una mejor atención sanitaria y farmacéutica, a precios asequibles, que ralenticen la factura farmacéutica de los paises. Y consolidar una potente industria europea, sanitaria y farmacéutica, que cree riqueza y empleo y permita afrontar mejor la próxima pandemia. España no puede perder este tren europeo. Por nuestra salud y economía.
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