Enrique Ortega |
La inflación está disparada, con una subida anual de los precios del +5,4% en octubre, la más elevada en España en casi 30 años (desde septiembre 1991), según el INE. La culpa la tiene la subida de la luz (+62,8% anual) y los carburantes (+ 30,5% el gasóleo y + 26,5% la gasolina), pero también los alimentos, que llevan varios meses subiendo, hasta un +1,8% anual en octubre (+2% los alimentos elaborados). En la lista de subidas destaca la fuerte subida del aceite (+23,9% anual), los refrescos ( +10,7%), la carne de cordero (+7,2%), las pastas (+7%), los alimentos para bebé (+5,3%), los huevos (+4,3%) y la leche (+3,2%), según el INE, aunque suben casi todos los alimentos, artículos de limpieza y demás productos que componen la habitual cesta de la compra.
La subida de los alimentos es una cadena que se inicia en los mercados internacionales, donde el precio de los alimentos básicos ha alcanzado un precio récord en la última década (desde julio de 2011), según el boletín de octubre de la FAO (la agencia de la ONU para la alimentación). El trigo volvió a subir un 5% y ya se ha encarecido un 41% anual, igual que el resto de cereales, desde el arroz al maíz (+38% de subida anual).Los aceites vegetales ya acumulan una subida anual del +60%, desde el aceite de palma, soja o girasol al aceite de oliva, por la falta de mano de obra (por la COVID en algunos paises. Los productos lácteos han subido un 15% en el último año y las carnes otro 25%, con precios internacionales récord desde 1.990. Y el azúcar acumula una subida anual del +50%.
En la mayoría de los casos, se han unido una serie de circunstancias: reducción de cosechas por factores meteorológicos adversos (Cambio Climático), menos mano de obra para recolectar (por los efectos de la pandemia y la reducción de movilidad) y, sobre todo, una mayor demanda de alimentos, que choca con una reducción de las reservas en 2020, lo que ha llevado a los intermediarios y paises a aumentar sus compras para acumular stocks.
Y tras estas subidas en origen, el mercado internacional de alimentos se ha visto sometido a una enorme subida y retrasos en los transportes, sobre todo en el tráfico marítimo de contenedores, que mueve el 90% del comercio mundial (ver el interesante libro “El 90% de todo”): el precio de transportar un contenedor se ha cuadruplicado (de 2.500 dólares en 2020 a casi 10.000 en octubre de 2021), encareciendo todos los productos y retrasando su entrega (escasez que tira también al alza de los precios). Y este encarecimiento del transporte es importante para los alimentos, porque muchos de ellos recorren una media de 2.500 kilómetros para llegar al plato de europeos y norteamericanos. Un ejemplo son las naranjas de Sudáfrica, la carne de Argentina, el cordero de Australia, las manzanas de Uruguay, los garbanzos de México, los ajos de China o la panga de Vietnam
En el caso de España, una buena parte de los alimentos que consumimos son importados: este año 2021, hasta agosto (último dato oficial), hemos comprado alimentos extranjeros por valor de 26.586 millones de euros, un 10% más que en los ocho primeros meses de 2020, según los datos de Comercio exterior. Las importaciones que más han crecido son los aceites (+17%, 2.432 millones hasta agosto), las bebidas (+16,9%, 1.052 millones) y el pescado (+9,9%, 4.427 millones importados), destacando las compras fuera de carnes (1.427 millones), frutas y hortalizas (3.904 millones), azúcar, café y cacao (1.959 millones), lácteos y huevos (1.373 millones), tabaco (1.049 millones) y otros alimentos (6.914 millones).
La globalización de la comida” provoca que muchos de los alimentos que compramos tengan que viajar miles de kilómetros hasta llegar al súper y a nuestra mesa. En el caso de España, los alimentos importados que nos llegan recorren 3.829 kilómetros, según un estudio universitario encargado por la ONG Amigos de la Tierra. Eso, ahora, supone cuatro veces más de costes de transporte. Y además, comer productos lejanos contribuye a aumentar las emisiones de CO2: la importación de alimentos y su producción intensiva es responsable del 31% de todas las emisiones mundiales de CO2, según la FAO. Y en el caso de España, se estima que la importación de alimentos provoca 4,2 millones de Tm de CO2 (de un total de 271,2 millones de toneladas emitidas por nuestro país en 2020).
Volviendo a la cadena de alimentos, los importados ya encarecidos en origen suben no sólo por el transporte, también por los retrasos en los envíos (hay “un tapón” en el comercio mundial) y por la subida de muchos otros costes que está sufriendo la industria agroalimentaria: subida de la luz, transporte interior y subida del cartonaje y los plásticos (por la subida internacional y la falta de stocks).
En el caso de los alimentos producidos en España, agricultores y ganaderos llevan meses quejándose de que les están subiendo también los costes y no se los pueden repercutir a la industria agroalimentaria ni a los grandes distribuidores, que les imponen sus condiciones. Los costes al campo han subido de media un 50%, en especial los fertilizantes (han subido un +100%, la electricidad (repercute en muchos ganaderos, por el consumo eléctrico de las granjas, el ordeño y el refrigerado de leche) y los carburantes (el gasóleo para tractores y maquinaria), así como la subida de los plásticos para los invernaderos (+100%). Y denuncian que hay muchos agricultores y ganaderos que producen ya a pérdidas, lo que puede poner en peligro algunas explotaciones (sobre todo, granjas de leche).
Los agricultores y ganaderos se quejan de que no pueden repercutir estas subidas, con lo que se amplía la brecha entre los precios que ellos reciben por los alimentos y los que nosotros pagamos: era de 4,41 veces más en octubre, cuando fue de 4,15 veces hace un año, según el Índice IPOD de COAG. Veamos algunos ejemplos llamativos: ternera (la pagamos 3,24 veces más que el precio que ellos reciben: a 15,99 euros el kilo cuando les pagan a ellos 3,77 euros/kilo), cerdo (4,34 veces), pollo (2,22 veces), leche (1,42 veces), ajo (pagamos 8 veces más de lo que reciben), cebolla (7 veces), patata (6 veces: les pagan 0,17 euros kilo y nos la cobran a 1,19 euros), tomates (1,92 veces, manzana (4,7 veces), sandía (6,13 veces) o uvas (4,48 veces). La diferencia se queda por el camino: intermediarios, distribuidores, grandes superficies y supermercados.
Al final de la cadena, somos los consumidores los que pagamos estos mayores costes, con una subida generalizada de casi todos los productos y también los alimentos. Los súper y grandes superficies han tratado de retrasar lo más posible la subida, debido a la guerra de precios que mantienen entre ellas, pero ya han visto que es inevitable. Eso sí, utilizan “trucos” para que no nos demos cuenta al comprar. Uno de ellos es no subir “los productos escaparate”, aquellos en cuyo precio se fija más el cliente. Otro es ofrecer ofertas puntuales y 2x1, con lo que también nos damos menos cuenta de la subida. Y el último “truco”, de las industrias pero con el silencio de las tiendas: ofrecer productos envasados con el mismo precio pero con menos cantidad de producto o con menos unidades. Lo ha denunciado la OCU, con ejemplos concretos: un bote de Cola-Cao que pierde 40 gramos (-5%), una tarrina de Tulipán que pierde 50 gramos (-10%), un paquete de yogures Activia con 5 gramos menos cada uno (-4%), espaguetis y macarrones Gallo con menos peso (-10%) o lomos de merluza Pescanova con 40 gramos menos (de 400 a 360 gramos, -10%)…
En conclusión, por una vía u otra, con ofertas o recortes de cantidad, los alimentos son más caros. Y todo apunta a que así seguirán, porque las causas (subida materias primas, transporte y energía, más los “atascos” en el comercio mundial) van a continuar, al menos hasta la primavera. Y no dudemos que los distribuidores, híper y supermercados aprovecharán la mayor demanda de Navidad para una nueva subida de precios en diciembre. Urge que el Gobierno y sobre todo las autonomías (tienen transferido el consumo) vigilen los escandallos de costes y los precios, evitando abusos, tanto en la cadena de intermediarios como en los vendedores finales, desde malpagar a los agricultores y ganaderos a recortar el peso de los alimentos envasados sin avisarlo. Y habría que poner “multas ejemplares”, para limitar las malas prácticas y evitar que se generalicen. Porque los alimentos son un gasto imprescindible, con más peso en las familias con menos recursos, a las que les suben muchos costes básicos (luz, carburantes, alquileres, alimentos…) pero no los sueldos (han subido el +1,55% hasta octubre, la cuarta parte que los precios). Ojo a la cesta de la compra.
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