jueves, 30 de marzo de 2017

20 millones de hambrientos más


La ONU ha lanzado un alarmante SOS: 20 millones de africanos pueden morir de hambre si no se les ayuda en un mes. Es la mayor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra mundial y afecta a Yemen, Sudán del Sur, Nigeria y Somalia, asoladas por la guerra, la sequía y la miseria. De momento, los grandes paises, divididos por el conflicto sirio y los problemas políticos internos, miran para otro lado. Y los ciudadanos ayudan poco: el hambre nos incomoda, aunque lo tengamos en Europa y haya 1.600.000 españoles que comen de la caridad. Esta grave crisis en África se suma a los 793 millones de personas que pasan hambre en el mundo, no porque falte comida sino porque está mal repartida. Y mientras, crece en muchos paises pobres la obesidad, que ya es una epidemia mortal en los paises ricos. La ONU quiere acabar con el hambre para 2030, pero será imposible si no se racionaliza la producción y el consumo mundial de alimentos. Una responsabilidad de Gobiernos y consumidores.
 
enrique ortega

Es la mayor catástrofe humanitaria que ha visto el mundo desde finales de la Segunda Guerra mundial, según advirtió el secretario general adjunto para Asuntos Humanitarios y Emergencias de la ONU, Stephen O´Brien, el 11 de marzo, ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En conjunto, hay más de 20 millones de personas que podrían morir de inanición en Yemen (7 millones), Sudán del sur (5), Nigeria (5) y Somalia (3). Y la ONU ha reclamado que urge reunir 4.200 millones de euros en poco más de un mes para evitar la catástrofe. Pero de momento, los grandes paises no han movilizado estos recursos y hay 30 organizaciones humanitarias en la zona intentando paliar la hambruna, sin medios y con graves problemas para abrir “pasillos humanitarios”, por culpa de las guerras locales.

Y es que el detonante de esta histórica catástrofe humanitaria en el sureste de África son las guerras, que han acabado de hundir a unos países ya de por sí pobres y atrasados, que además sufren graves sequías por efecto del cambio climático. En Yemen, dos tercios de la población necesitan ayuda (casi 19 millones de personas), tras una guerra civil que se ha cobrado ya 100.000 muertos y que enfrenta a la guerrilla insurgente Houthi (apoyada por Irán) y el Gobierno, respaldado por una coalición liderada por Arabia Saudí. En Sudán del sur, la nación más joven del mundo (se independizó en 2011), más de 7,5 millones de personas necesitan ayuda tras una guerra civil que dura ya 3 años y que ha desplazado de sus hogares a 3,4 millones de personas. En Nigeria, la guerrilla fundamentalista de Boko Harán ocupa zonas del noroeste desde hace 7 años, con 20.000 muertos y casi 2,6 millones de desplazados. Y en Somalia, más de la mitad de la población (6,2 millones de personas) necesita ayuda, no por una guerra sino por una tremenda sequía que ha provocado la pérdida de ganado y cosechas, con un 27% de la población en riesgo de hambruna.

Las ONGs se están volcando con esta grave crisis humanitaria en África, mientras se retrasa la ayuda de los grandes países y la ONU trata de abrir “pasillos humanitarios”. Pero en general, el mundo es bastante pasivo ante estos dramas del hambre, que periódicamente cuestan millones de vidas, como en Etiopía en 1983-85 o en Somalia en 2011. Y eso sabiendo que estos 20 millones de hambrientos nuevos se suman a los 793 millones de personas que ya pasan hambre en el mundo, 1,1 de cada 10 habitantes del Planeta, según los datos de la FAO, el organismo de la ONU para la alimentación y la agricultura. Un problema con graves consecuencias para muchos paises, por su secuela de atraso, enfermedades y muerte: el hambre provoca que mueran 25.000 personas cada día, un tercio de ellos niños .

Hay una especie de fatalismo sobre el hambre (“siempre ha habido y siempre habrá”) y la mayoría de los occidentales no quieren oír hablar de este problema, quizás menos ahora que lo tienen cerca de casa. De hecho, el hambre y la malnutrición han vuelto con esta crisis a Europa, un continente que ya sufrió las cartillas de racionamiento al final de la Segunda Guerra Mundial (ver libro “Postguerra, de Tony Judt). Así, en Gran Bretaña, 10,5 millones de familias reciben ayudas de vivienda y alimentos, lo mismo que 6,7 millones de alemanes que reciben ayudas del programa Hartz IV para parados sin subsidio. En Francia, 1,4 millones de personas cobran la renta de solidaridad para sobrevivir. Incluso en EEUU, un 15% de los norteamericanos (47,6 millones) reciben vales de comida para subsistir. En España, hay 1.600.000 españoles que comen gracias a los bancos de alimentos, mientras el 3,2% de los hogares (576.000 familias) no pueden permitirse una comida de carne, pollo o pescado a la semana, según Eurostat. Y muchos padres y colegios han alertado que hay más de 100.000 niños españoles malnutridos, tras los recortes en las becas de comedor.

Está claro que este “hambre occidental” es distinto del hambre de África o los paises en desarrollo, pero quizás haya servido para desviar la atención de los paises ricos del grave problema del hambre en el mundo. Un problema que en los últimos años cambia de cara: muchos paises pobres han pasado del hambre al sobrepeso. Un ejemplo claro es América Latina, la región del mundo que más ha reducido en hambre en las últimas décadas (del 14,7 al 5,5% de la población): ahora, 3 de cada 5 latinoamericanos (el 58%), 360 millones de personas, tienen sobrepeso, según un informe de la FAO. Y hay muchos paises, como Haití, donde una parte de la población pasa hambre y otra parte tiene sobrepeso, porque compran alimentos ultra procesados, de baja calidad y con un exceso de grasas, pero más baratos que las frutas, verduras, carnes y pescados que necesitarían para tener una dieta equilibrada.

La consecuencia es que América Latina y muchos paises pobres de Asia y África comparten el hambre con la pésima alimentación (zumos en polvo, bebidas azucaradas, patatas fritas, galletas, salsas, comida preparada) que les causa sobrepeso, una “bomba letal” a medio plazo, porque les acaba provocando obesidad y diabetes, además de numerosas enfermedades (desde ataques cardíacos a ceguera, amputaciones, ictus) y muertes. De hecho, la mala alimentación provoca que 1 de cada 10 adultos latinoamericanos sufra una enfermedad crónica y 1 de cada 8 habitantes del Caribe sufre diabetes, según las estadísticas de la FAO.

Así que en los paises pobres, el hambre y el sobrepeso son las dos caras de la misma moneda: la malnutrición y el subdesarrollo. Pero además, hay 793 millones de hambrientos en un Planeta donde la mayoría comemos muy mal y en exceso: 1 de cada 3 adultos del mundo tienen obesidad (600 millones) o sobrepeso (1.900 millones de personas), según la Organización Mundial de la Salud (OMS), aumentando dramáticamente la obesidad infantil. Y en España, el 65,6% de la población tiene sobrepeso  y, de ellos, el 26,5% padece obesidad (12.250.000 españoles), siendo el segundo país europeo con más obesos, tras Reino Unido (28% de obesos), según los datos de la OMS (2014). Esta obesidad es el origen de numerosas enfermedades cardiovasculares, ictus y sobre todo de la diabetes, que sufren 422 millones de personas en el mundo, de ellos 4,3 millones en España (el 9,4% de los españoles).

Volviendo al hambre en el mundo, hay que partir de una premisa: el problema no es que falte comida, sino que está muy mal repartida. Hay alimentos suficientes para 12.000 millones de personas, según la FAO, y somos 7.200 millones en el mundo. Los culpables del hambre son la globalización y la desigualdad. Durante casi todo el siglo XX, hasta 1990, África exportaba alimentos, como explica Martín Caparrós en su libro “Hambre”. Pero a raíz de las políticas de ajuste y globalización, impulsadas por el FMI y el Banco Mundial, se impuso un cambio de modelo, donde África, Asia y Latinoamérica iban a desmantelar su agricultura tradicional y centrarse en cultivos extensivos (soja, maíz, algodón) para el mercado mundial, para que así pudieran pagar los abultados intereses de su deuda externa. Y les obligaron a suprimir sus políticas de reservas estratégicas y alimentos subsidiados, porque “iban contra el mercado”. La consecuencia: estos paises pobres se han visto forzados a importar alimentos de los paises ricos, a precios impagables.

En paralelo, se han producido otros hechos que han agravado el hambre. Por un lado, los paises ricos han multiplicado sus cosechas, subsidiadas por sus Gobiernos (en Europa y USA), con un exceso de grano que ha ido a alimentar animales (el 70% del maíz USA), porque cada vez consumen más carne. Y ese grano (maíz, trigo, sorgo) que en los paises pobres consumirían las personas va a alimentar vacas, cerdos o gallinas: quien come carne se “apropia” de la comida de 5 a 10 personas en el Tercer Mundo. Además, se han desviado también alimentos (sobre todo maíz) para biocarburantes: llenar un depósito de etanol consume 170 kilos de maíz, la comida de un niño africano durante un año… Y por si fuera poco, en los años 90, los bancos de inversión empezaron a utilizar los alimentos para especular, disparando los precios internacionales de muchos alimentos.

La FAO señala que las causas del hambre hay que buscarlas en toda la cadena de producción alimentaria, desde las semillas a la comercialización. Así, denuncia la enorme dependencia de los agricultores del Tercer Mundo de unas pocas semillas muy costosas, patentadas por las grandes multinacionales: hay 10.000 especies para alimentarse pero sólo se utilizan 150 y el 60% de las calorías del mundo proceden de 4 cultivos (trigo, maíz, arroz y patatas). Luego, en la mitad del Planeta se utiliza mal el agua, cada vez más escasa, y no hay apenas abonos y tecnología para mejorar los cultivos. Y además, faltan tierras accesibles al pequeño agricultor,  en África, Asia y Latinoamérica, mientras las acaparan multinacionales chinas, norteamericanas y europeas. Además, los pequeños agricultores pobres no tienen medios para conservar, transportar sus productos y que accedan a los mercados: la FAO estima que con los alimentos que se pierden en África y Latinoamérica por falta de medios para conservarlos podrían comer 600 millones de personas. Y al final de la cadena, en Occidente, se tiran alimentos para mantener altos los precios o porque los consumidores los desperdician: con lo que los europeos tiran cada día a la basura podrían comer 200 millones de personas.

Así que hay hambre en el mundo por el caótico sistema de producción y consumo de alimentos, que perjudica a los agricultores y consumidores de los paises pobres, a costa de los enormes beneficios de las multinacionales de la alimentación y del despilfarro de los consumidores, que podríamos evitar consumiendo productos frescos locales y menos carne. Ahora, el nuevo objetivo de la ONU es acabar con el hambre para 2030, pero no será fácil porque el mundo va a seguir creciendo y los recursos (agua, tierra, energía) son escasosHaría falta un gran Acuerdo mundial contra el hambre, como el logrado en París contra el Cambio Climático, asentado en varios frentes. El primero, potenciar el trabajo de la FAO, cuyo presupuesto en 8 años equivale a lo que gasta el mundo en armamento en 1 día. Con más recursos, la ONU podría ayudar a los paises pobres a potenciar su  agricultura, con semillas enriquecidas (arroz o cereales con más proteínas), más tecnología, más medios para conservar y transportar los alimentos y más acceso a los mercados. Y en paralelo, cambiar los hábitos alimenticios de Occidente, para reducir el sobrepeso y el despilfarro de comida, con más alimentos naturales de mercados próximos  y menos comida preparada de importación. Y por supuesto, con una mayor apuesta de los paises ricos por la ayuda al desarrollo (el 0,7% que no cumplen), que España ha recortado un 73,5% (-3.300 millones de euros) desde 2008,  y la erradicación de las guerras, que agravan el hambre.

Curiosamente, la comida, la primera necesidad del hombre, no está reconocida como un derecho en ninguna Constitución (salvo en Bielorrusia o Moldavia), como sí lo están la sanidad o la educación en muchos países. Los gobiernos occidentales no quieren aprobar una ley que garantice la alimentación de todos los ciudadanos, quizás porque sería reconocer los fracasos de sus políticas sociales. Pero el hambre está ahí, rondando en Occidente y masacrando a millones en los paises pobres. Y ahora, la ONU lanza un SOS que debería quitarnos el sueño: hay 20 millones de hambrientos más. El mundo debe movilizarse para evitarlo. Todos podemos ayudar, donando algo a una ONG. Les doy algunas: Acción contra el hambre, Manos Unidas, Intermón Oxfam, Médicos sin fronteras, ACNURMuchos pocos ayudan, aunque lo importante es que se movilicen los gobiernos. No podemos permanecer impasibles. Hay que erradicar el hambre como sea. Es una vergüenza para el mundo.

lunes, 27 de marzo de 2017

Sanidad obsoleta, precaria y desigual


La sanidad es ya la tercera preocupación de los españoles, tras el paro y la economía. Los  recortes de gastos (10.000 millones) y plantillas (41.000 médicos y enfermeras) la han colapsado, con más las listas de espera, urgencias saturadas y deterioro del servicio, plantillas precarias, instalaciones viejas y tecnología ya obsoleta. Y lo peor: la atención sanitaria es muy desigual por autonomías, porque unas gastan más que otras: es mala en Valencia, Canarias, Murcia y Cataluña y buena en Navarra, Aragón y País Vasco. Quien se beneficia de la saturación de la pública es la sanidad privada, donde se desvían pacientes y recursos públicos (un 12%), mientras 11 millones de españoles  pagan un seguro médico. Urge poner más dinero en apuntalar la sanidad pública, para renovar plantillas, instalaciones y tecnología, y reformarla a fondo para que se pueda pagar: hoy se lleva un tercio del presupuesto autonómico y si no se hace nada, se llevará todo en 2040. Reformas y gestión eficiente, no más recortes.
 
enrique ortega

Este 2017 será el tercer año en el que sube el presupuesto de Sanidad de las autonomías, pero todavía poco como para contrarrestar el duro ajuste que sufrió el Sistema nacional de Salud (SNS) entre 2009 y 2013: el gasto sanitario se redujo en 9.787 millones de euros (-13,4%), 1 de cada 7 euros perdidos, según datos de Hacienda. Y entre 2010 y 2014 se perdieron 41.000 puestos de trabajo en la sanidad (11.000 médicos y 30.000 enfermeras), de los que sólo se han recuperado 4.000 empleos entre 2015 y 2016. Estos recortes de gasto y de personal han deteriorado mucho la oferta de servicios mientras ha seguido aumentando la demanda, por el crecimiento de la población y su envejecimiento. La consecuencia es que la sanidad pública está al borde del colapso y cuando hay epidemia de gripe o es fin de semana, saltan las alarmas, provocando protestas de pacientes y profesionales (las “mareas blancas”), como se ha visto recientemente en Cataluña o Andalucía.

Uno de los mayores problemas estructurales de la sanidad pública es la precariedad de sus plantillas: un tercio de sus empleados (480.626 en 2016) son eventuales (con contratos temporales), de ellos la tercera parte interinos (169.828), personal sanitario que ocupa temporalmente el puesto de otro. Y sólo la mitad de los médicos (50,7%) que trabajan en el Sistema nacional de Salud (SNS) tienen una plaza en propiedad, según una encuesta de la CESM. De la otra mitad, un 19,2% son contratados fijos y el 30,8% restante son médicos contratados, muchos desde hace una década y  la tercera parte con contratos de menos de 6 meses, que se renuevan una y otra vez. Y aún hay más precariedad entre enfermeras y enfermeros. Todos ellos se ven afectados por las recientes sentencias del Tribunal Europeo de Justicia (TJUE), que dictaminan que “el encadenamiento de  contratos temporales para un puesto que es fijo incumple el derecho comunitario y que la normativa debe poner límites a estos contratos. La legislación española lo hace (los contratos temporales deben tener una duración máxima de 2 años, ampliables a 12 meses más por convenio), pero la sanidad pública se rige por un Estatuto que sí permite encadenar contratos sin límite (el Estatuto Marco del Personal de los Servicios de Salud españoles, en vigor desde 2003).

La precariedad laboral del personal sanitario más el recorte de medios han tensionado la atención sanitaria, lo que se traduce en el aumento de las listas de espera y la consiguiente saturación de las urgencias: los pacientes tardan meses en operarse o  ir al especialista y si tienen un problema, optan por ir a urgencias, donde los enfermos se agolpan en los pasillos. Y mucho tienen que ver las listas de espera: había 549.424 pacientes esperando para operarse a finales de 2015 (últimos datos de Sanidad), 89 días de media, con un 10,6% de ellos esperando ya más de 6 meses para operarse. Y en lista de espera para ir al especialista había 1.650.000 pacientes (43,35 por 1.000 habitantes) y aunque su espera ha bajado a 58 días, el 42,4% de ellos llevan más de 6 meses esperando para ir al especialista. Y también se ha deteriorado la atención primaria, con más pacientes y menos tiempo por médico.

Otro grave problema de la sanidad pública, aunque se ve menos, es que se está quedando obsoleta, porque lleva 7 años sin invertirse apenas en equipos y tecnología. De hecho, el 28% del equipamiento de los hospitales públicos supera los 10 años de vida, según un estudio de Esade y Antares. Y así, 1 de cada 3 resonancias magnéticas  y 1 de cada 4 TAC tienen más de 10 años, los ecógrafos y sistemas de monitorización están anticuados y los equipos de radiología son antiguos e irradian demasiado a los pacientes, con riesgo de provocar cáncer, según denuncia la patronal de tecnología sanitaria Fenin. Para comprender el retraso tecnológico de la sanidad pública, basta compararla con la privada: los hospitales privados sólo tienen un 33% de las camas del país pero disponen del 56% de todos los equipos de resonancia magnética, del 59% de los dispositivos LIT por ondas de choque, el 55% de los densitómetros óseos, el 47% de los aparatos de tomografía y el 41% de los mamógrafos, según los últimos datos (2016) de la Fundación ISIS.

Pero no es sólo que los aparatos estén viejos, es que los hospitales tienen ya muchos años y apenas se ha gastado en mantenimiento y reparaciones. Y por eso, en febrero se derrumbó el falso techo sobre 2 pacientes en el hospital La Paz (tiene 52 años), un mes después de otro derrumbamiento en el hospital Gregorio Marañón de Madrid  y de la inundación por rotura de una tubería la planta de oncología del Hospital 12 de Octubre. La propia presidenta de la Comunidad de Madrid ha reconocido que “algunos hospitales de Madrid están obsoletos”. Lo que no dice es que para mantener las infraestructuras y la tecnología de 35 hospitales y 400 centros de Salud en Madrid se gastaron en 2016 sólo 100 millones de euros… Y en otros lugares, como las zonas turísticas y grandes ciudades, el problema es que los hospitales se han quedado pequeños y no se construyen otros nuevos.

Esta mayor presión sobre la sanidad pública, muy deteriorada por los recortes, se ha aliviado desviando pacientes a la sanidad privada, que ha duplicado su negocio (factura más de 10.000 millones al año), gracias sobre todo a los “conciertos” con la sanidad pública, de donde proceden ya el 23% de sus ingresos anuales. Son miles de pacientes derivados cada día de centros y hospitales públicos a centros privados, para realizar pruebas, análisis y operaciones, más la gestión privada de 9 hospitales “públicos” (5 en Madrid y 4 en Valencia). En 2015, la sanidad pública pagó a la privada por estos “conciertos” 7.623 millones, un 11,6% del presupuesto del SNS. Y en 2016, habrá “desviado” más del 12% del presupuesto público a la sanidad privada, un porcentaje que sube al 25% en Cataluña (hay 32 hospitales privados integrados en el sistema sanitario “público”), el 10,6% en Madrid, el 10,5% en Canarias y el 9,6% en Baleares.

Además, las listas de espera y los problemas en la sanidad pública alimentan el negocio de la sanidad privada por otra vía: los seguros médicos privados, el tipo de seguro que más ha crecido con la crisis. Ya son 11,14 millones los españoles que tienen contratado un seguro médico privado, pagando entre 100 y 300 euros al mes por familia, básicamente para ir al especialista o para operaciones no graves, un negocio que ya factura 7.975 millones anuales y que aporta un 62% de los ingresos de la sanidad privada (el 23% son los conciertos con la sanidad pública y el 15% restante lo aportan los pacientes privados que pagan directamente sus tratamientos y operaciones).

Junto a estos problemas estructurales, la sanidad pública tiene un problema que quizás sea el más grave: la desigual atención sanitaria por autonomías. Los recortes han sido para todas, pero hay autonomías que consiguen gastar más en sanidad que otras y tienen más camas, más médicos y más enfermeras por habitante. Las que más gastaron en sanidad en 2016 fueron Asturias (1.587 euros por habitante), País Vasco (1581 euros), Navarra (1.551), Extremadura (1.395) y Cantabria (1379 euros). Y las que menos, Andalucía (1.048 euros por habitante, un 50% menos que asturianos y vascos), Cataluña (1.179), Comunidad valenciana (1.170), Murcia (1.197) y Madrid (1.210 euros), según el informe 2016 de la Fundación en Defensa de la Sanidad Pública (FADSP). Y las que tienen más camas, médicos y enfermeras por habitante son Navarra y el País Vasco y las que menos Andalucía y Cataluña, según otro estudio del Círculo de Sanidad.

Al final, gastar menos en sanidad y disponer de más o menos camas y profesionales se nota en la atención sanitaria, muy diferente según la ciudad donde uno enferme. Así, en 2016, la mejor sanidad la tenían Navarra (83 puntos sobre 106), Aragón (82), País Vasco (82), Castilla y León (73) y Asturias (69), según la valoración profesional de la FADSP, que puntúa como mala o deficiente a la sanidad de la Comunidad Valenciana (46 puntos), Canarias (49), Murcia (55), Cataluña (55) y Andalucía (97). Lo peor es que la Comunidad Valenciana y Canarias son “el farolillo rojo” de la sanidad pública en estos estudios desde 2009.

Con todo este panorama, se comprende que la sanidad sea ya el tercer motivo de preocupación de los españoles, sólo por detrás del paro y la situación económica y por delante de la corrupción y la educación, según el Barómetro del CIS de enero 2017. Eso sí, los españoles todavía aprueban a la sanidad pública (le dan una nota de 6,55, similar a los 6,55 puntos de 2011) y es la que eligen cuando tienen un problema serio de salud, según el último Barómetro sanitario (2015). Pero un tercio cree que necesita cambios de fondo.

La sanidad pública necesita cambios no sólo porque esté saturada sino porque el gasto sanitario se va a disparar en los próximos años, por varias razones. La primera y fundamental, por el envejecimiento de la población: va a haber más mayores (serán el 25% en 2029) que vivirán más años (90 años de esperanza de vida en 2066, frente a 82,8 hoy), pacientes que supondrán más gasto. Y aumentarán los enfermos crónicos (hoy ya 4 de cada 10 españoles)  y las enfermedades complejas (ELA), más costosas de tratar. Además, seguirá aumentando el gasto farmacéutico (hoy ya supone 20.000 millones anuales, el 30% de todo el gasto sanitario), con nuevos tratamientos más costosos. Y se avanzará en la detección de enfermedades, con una tecnología sanitaria también más costosa. Por todo ello, algunas estimaciones, como Esade y Antares, apuntan que el gasto sanitario español (66.000 millones en 2016) podría duplicarse en 2025, aumentando más de 5.000 millones al año. Y si hoy la sanidad se lleva un tercio del Presupuesto de las autonomías, en 2040 podría llevarse ya todo el Presupuesto público si no se toman medidas, según la OCDE.

La primera medida a tomar es, evidentemente, aportar más recursos a la sanidad, los que se recortaron con la crisis y más. ¿Cuánto? Una pista puede ser que España gaste en sanidad lo que el resto de Europa, cosa que ahora no pasa: el gasto sanitario en España supone el 6,2% del PIB (2015), frente al 7,2% de la UE-28, Alemania o Italia, el 8,2% de Francia, el 7,6% de Reino Unido y el 8,6% de Dinamarca, según los recientes datos de Eurostat. Así que gastar en sanidad como los europeos supondría gastar 11.000 millones más al año. Una cifra que apuntalaría el futuro de la sanidad pública y que es asumible si España recaudara impuestos como el resto de Europa, porque  ingresa 85.000 millones menos que la media, por el mayor fraude y porque pagan menos grandes empresas, multinacionales y ricos.

Algunos expertos y el último informe del FMI sobre España proponen establecer copagos en la sanidad pública, como un pago por acudir a urgencias o al especialista o por día de hospitalización, para reducir la demanda y conseguir más ingresos. Sería una medida injusta (los pacientes ya pagan la sanidad con los impuestos), que afectaría más a los más pobres y que podría provocar problemas sanitarios posteriores, porque habría personas que cuidarían menos su salud (para no pagar), como ha pasado con el copago farmacéutico (un 7% de jubilados han dejado de medicarse, según un estudio en Valencia). Y al final, acabarían en urgencias o hospitalizados, con más coste para el sistema.

Además de aportar más recursos a la sanidad, hay que reducir su precariedad, convocando oposiciones y ampliando plantillas, primero para cubrir los puestos perdidos o eventualizados (CCOO pide una convocatoria especial de 94.000 plazas) y luego para cubrir los desfases con la sanidad europea (tenemos 5,1 enfermeras/os por 1.000 habitantes frente a 8,4 en Europa: igualarnos supondría contratar 153.450 enfermeras/os más). Y renovar la tecnología, con nuevos aparatos, a la vez que se gasta más en mantenimiento y se construyen nuevos centros de salud y hospitales en las zonas sanitariamente más colapsadas.

Pero además, hay que reformar a fondo la sanidad, para que el gasto no crezca como una bola de nieve que sea imposible de financiar en unas décadas. Y para ello, hay que apostar por la prevención, por gastar más en la atención primaria para poder gastar menos en los hospitales (lo más caro). Y, sobre todo, trabajar en la detección y tratamiento preventivo de las enfermedades crónicas, como las cardiovasculares y la diabetes, que tienen mucho que ver con malos hábitos de vida. También es clave separar la atención a los ancianos de los hospitales, hoy colapsados por los mayores: los expertos creen que una mejor atención a los ancianos en residencias, geriátricos, centros de día y en sus hogares reduciría enormemente el gasto hospitalario y sanitario futuro.

Tenemos una sanidad que sigue siendo una de las mejores del mundo, a pesar de todos los problemas causados por los recortes y la mala gestión. Pero estamos en un momento crucial: o se apuntala con más recursos y reformas de fondo, o puede estallar en unos años, asfixiada por el gasto y la demanda de los pacientes. Hay que planificar la sanidad que queremos a 20 años vista, como las pensiones o la educación, no ir saliendo al paso como se puede cada año. No retrasen más la reforma. Nuestra salud es demasiado importante.

jueves, 23 de marzo de 2017

60 años UE: Europa debate su futuro


Este sábado 25 de marzo, los líderes europeos se reúnen en Roma para celebrar los 60 años del nacimiento de la Unión Europea y reflexionar sobre la Europa del siglo XXI, ya sin Reino Unido. Los grandes paises, con Alemania a la cabeza, apuestan por una “Europa a 2 velocidades”, donde algunos avancen más en Defensa, seguridad o inmigración mientras otros se queden rezagados. Es una mala salida. La receta debería sermás Europa”, más Presupuesto único, más unión bancaria, eurobonos y deuda compartida, más inversiones europeas y, sobre todo, políticas para crear más empleo y reducir el paro, la pobreza y la desigualdad, las grandes preocupaciones de los europeos y el origen de tantos populismos. Hay que avanzar hacia los Estados Unidos de Europa, para ser más fuertes y competitivos en un mundo globalizado, donde si los europeos no lo remediamos, el futuro será de Asia y América. Una Europa más fuerte, no varias Europas y volver al nacionalismo en cada país.
 
enrique ortega

Antes de afrontar el futuro de Europa, será útil echar un vistazo al pasado, a esos 60 años donde Europa ha ido creciendo, lentamente y con muchos problemas, desde los 6 miembros (Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo) que crearon la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1957 a los 12 miembros de 1986 (con Reino Unido, Irlanda y Dinamarca, que entraron en 1973, más Grecia, España y Portugal), los 15 de 1995 (con Austria, Suecia y Finlandia), los  25 de 2004 (tras la entrada de 8 paises del Este, más Malta y Chipre) y los 28 de 2013 (tras la entrada de Rumanía y Bulgaria, en 2007, y de Croacia). Por el camino se creó en 1993 el mercado único (libre circulación de personas, mercancías, servicios y capitales) y en 1999 el euro, ahora con 19 países, la segunda moneda más usada del mundo, mientras se avanzaba menos en fiscalidad, unión bancaria, inmigración o Europa social.

Dos han sido los grandes logros de la Unión Europea en estos 60 años. El primero, asegurar la paz entre los europeos, tras dos Guerras mundiales y muchos siglos antes de conflictos armados. El segundo, una cierta riqueza y prosperidad. Europa salió de la II Guerra mundial exhausta (leer el excelente libro “Postguerra”, de Tony Judt), con 55 millones de muertos, la economía destruida y mucho hambre hasta mediados de los 50, pero en dos décadas se recompuso y a pesar de las crisis (años 70, 80, 90 y la actual), la Unión Europea es la segunda zona del mundo con mayor nivel de vida (29.500 euros per cápita), tras EEUU (51.000 euros per cápita).

Ahora, el Brexit, la salida de la UE de Reino Unido (que intentó ingresar tres veces, por el veto francés) y el cambio geopolítico mundial provocado por la llegada de Trump fuerzan a Europa a replantearse su futuro, aprovechando los 60 años del Tratado de Roma. Pero los problemas están ahí de antes: es la Gran Recesión de 2008 la que ha puesto a prueba la Unión Europea y la que ha desvelado claramente sus fallos, básicamente la falta de liderazgo político y económico para avanzar en el proceso de integración, que ha sido muy lento. Europa tiene una moneda común pero ha avanzado muy poco en otras políticas: fiscales, financieras, deuda, laborales, sociales, Defensa y Seguridad, medioambientales, migratorias, educativas, tecnológicas, digitales… Y con la crisis, se ha notado más esta “no unión”.

El mayor problema de la Unión Europea ha sido lo mal que han gestionado esta crisis sus líderes, los de Bruselas y los de los distintos paises, con Merkel a la cabeza. Hay un dato clave: en octubre de 2009, en el peor momento de esta crisis, Europa y EEUU tenían el mismo nivel de paro, el 10% (ver este gráfico). Y hoy, USA tiene el 4,8% de paro y la zona euro justo el doble, el 9,6%, según Eurostat. ¿Qué ha pasado, por qué el balance es tan diferente? Pues porque ambos continentes han aplicado recetas distintas. Estados Unidos básicamente tres: inyectar liquidez al sistema (bajando tipos, del 5,25% en 2007 al 0,25% en 2008, y comprando deuda), aprobar un enorme Plan de inversiones (800.000 millones de dólares en 2009) para reanimar la economía y bajar los impuestos. Mientras, Europa abandonó sus estímulos en 2010, forzó  recortes a los paises más débiles (Grecia, Portugal, Irlanda y España)  y bajó más lentamente los tipos de interés (en 2008, cuando USA los tenía en el 0,25%, aquí estaban en el 2,5%) para incluso subirlos después (en abril y julio de 2011, el BCE subió los tipos, del 1 al 1,50%), llevando a Europa a una segunda recesión, en 2012 (-0,7% PIB) y 2013 (-0,3%), mientras EEUU crecía ya desde 2010 (+2,5%).

Los líderes europeos, Bruselas y sobre todo Merkel y Alemania, se empecinaron en “ir contra corriente”, en frenar en 2010 las políticas de dinero barato y reactivación de la economía que aplicaron con éxito EEUU, Reino Unido, Japón, China, Brasil y muchos paises. Optaron por “el fundamentalismo del déficit”, la austeridad, que ha sido “un suicidio para Europa”, porque ha metido a muchos paises en un bucle siniestro: hacen recortes, recaudan menos, aumenta su déficit y su deuda, crecen menos, recaudan menos, tienen que hacer más recortes y así siguiendo. Es lo que ha pasado en Grecia, en Portugal y en España, países que tienen hoy más deuda que en 2010 y donde la austeridad se ha llevado por delante empleos y riqueza, agravando la pobreza y la desigualdad. Y todo con un objetivo, digámoslo claro: se recetaban recortes para asegurar que los paises tenían dinero para pagar los intereses de la deuda de los bancos alemanes y franceses, los más “pillados” por el exceso de deuda en la Europa del sur. Incluso las presiones de Merkel y Bruselas llevaron a Zapatero a cambiar la Constitución, en 2011, con apoyo de Rajoy, para asegurar que el pago de intereses de la deuda tiene prioridad sobre los demás gastos, pensiones incluidas. Inaudito pero cierto.

Esta política de recortes y austeridad podría haber roto el euro y Europa si no hubiera actuado “de bombero” el Banco Central Europeo, el BCE. En noviembre de 2011, con Europa al borde de la segunda recesión (2012 y 2013), Draghi accedió como presidente del BCE y empezó a bajar los tipos de interés, del 1,50% que los encontró al 0% en que los situó en marzo de 2016 y donde siguen ahora. Además, en julio de 2012 soltó a los mercados su famosa frase (“el BCE hará lo necesario para sostener el euro”), que ciertamente salvó la moneda europea y evitó el rescate de España (fue Draghi, no Rajoy), aunque no el rescate bancario. Y en 2013 volvió a calmar a los mercados, con bajadas de tipos y el anuncio de compras de deuda pública y privada, que empezaron en marzo de 2015 (7 años más tarde que en USA y Reino Unido)  y que han inyectado ya 1,4 billones de euros en la débil economía europea. Una inyección de dinero barato que mantendrá hasta 2018.

El BCE ha impedido que el euro y Europa se rompan, pero la economía europea languidece, a pesar de estar “dopada” por el BCE. “No vemos cimientos sólidos en el crecimiento actual”, acaba de decir de Europa la economista jefe de la OCDE. Y es que la zona euro creció un 1,7% en 2016 (1,9% la UE-28) y para 2017 se espera un menor crecimiento, del 1,5%, que será igual en Alemania y menor en Italia (+0,9%), Francia (+1,4%) y Reino Unido (+1%), con un +2,3% en España. Y con tan bajo crecimiento, el empleo crecerá poco (+1%) y el paro se mantendrá en el 9,6%, con casi 21 millones de europeos sin trabajo. Y mientras la economía no despega, hay ya 119 millones de pobres en Europa (un 23,7% de europeos viven con menos del 60% de los ingresos medios, según Eurostat) y ha aumentado la desigualdad, con un 20% de los jóvenes europeos sin trabajo, cuatro veces los de EEUU. Y así, con un continente estancado, que no crece y pierde peso en el comercio mundial (ha perdido cuota, del 42,7%en 2005 al 38% en 2016, según la OMC), con mucha deuda, mucho paro y demasiada pobreza y desigualdad, crece el populismo y los euroescépticos.

¿Qué se puede hacer? Los dirigentes de la Comisión Europea (la mayoría, como su presidente Juncker, culpables del estancamiento económico y político actual por su pésima gestión de la crisis) se han “sacado de la manga” un pretendido Libro Blanco que propone 5 soluciones de futuro resumibles en tres: seguir como estamos, avanzar en la integración o quedarse en un punto medio, ir a una Europa a 2 velocidades donde los paises que quieran avancen en algunos temas y los demás no. Una propuesta, la de una Europa a varias velocidades, que gusta a Alemania (siempre que sea ella quien mande) y que apoyan también Francia (Hollande se va en mayo), Italia (con un líder desconocido y elecciones pronto) y España, donde Rajoy ve la oportunidad de afianzarse en la política europea entre tanto líder caducado. Pero que no gusta a los paises del Este, porque temen quedar relegados frente a un "club de élites" (la centro Europa rica). De momento, lo que Merkel y Rajoy piensan es en avanzar en la Europa de defensa y Seguridad, gastar más en armamento para construir un esbozo de Ejército europeo ante las críticas de Trump. Pero no les preocupa avanzar en crecer más, en recortar el paro y la pobreza, en invertir más, en apostar por la tecnología y la competitividad, los grandes retos del futuro para Europa.

La Europa a 27 tiene hasta la Cumbre de diciembre de 2017, cuando pasen las elecciones en Francia (mayo) y Alemania (septiembre), para decidir entonces por dónde avanza sin Reino Unido y con Trump y la crisis internacional ensombreciendo el panorama. Todo apunta a que si gana Merkel, Alemania seguirá pilotando la futura UE, con el apoyo de Francia, Italia y España, pero sin querer afrontar los problemas de fondo, que exigen más Europa y no varias Europas, con un acuerdo entre distintos paises (no siempre los mismos) para afrontar cada problema.

El gran reto de la futura Unión Europea es unirse más, no dispersarse. Y eso pasa por aprobar un potente Presupuesto europeo, que tenga más fondos para sacar a Europa del letargo. Hoy día, el Presupuesto europeo es sólo el 1% del PIB de la UE, mientras en EEUU el Presupuesto federal es el 20% del PIB. Así que hay que conseguir más recursos para Europa, con mayor aportación de los paises y, sobre todo, con nuevos impuestos europeos, como la Tasa Tobin (sobre operaciones financieras) que han aprobado 11 paises y no se aplica, impuestos medioambientales, recargos sobre el IVA y más control fiscalmultinacionales, grandes empresas y los más ricos (que apenas pagan impuestos). Y luego, con más recursos, la futura UE podría gastar más en políticas de empleo y formación, en tecnología y en inversiones públicas, en reindustrialización y digitalización, en política social y en los jóvenes y las mujeres.

Además, la UE debería funcionar como una verdadera Unión y crear ya un Tesoro europeo que emitiera  deuda pública conjuntamente (eurobonos), para que los paises más endeudados y más pobres del sur pagaran menos intereses (Alemania pagaría más y por eso Merkel no quiere). También hay que avanzar en la Unión Bancaria, creando un Fondo europeo de Garantía de depósitos (Alemania tampoco quiere). Y en la Unión Fiscal, para que no suceda como ahora, que las empresas pagan en unos paises el 35% (Bélgica) y en otros el 12,5% (Irlanda). Y en la Europa de la energía, cuando Alemania se busca su gas en Rusia. Y en un seguro de paro europeo, así como prestaciones sociales a 27. Sin olvidar una política realista de inmigración, en vez de plantearse “echar a 1 millón de emigrantes ilegales”, al estilo Trump: Europa es un continente envejecido, el único que perderá población para 2050 (habrá 31 millones menos de europeos) y necesitará emigrantes a medio plazo.

El gran problema de Europa es que se ha quedado a medio camino en su unión y los grandes paises quieren retomar poder y competencias, para crear no una Europa sino varias, al menos tres: los paises ricos del norte, con Alemania y sus paises limítrofes, la retrasada Europa del sur y la más pobre Europa del Este, que no despega y teme quedarse relegada, mientras tienen allí cada vez más poder políticos antieuropeos, como los de Polonia o Hungría. Habría que recuperar el espíritu de los fundadores de Europa, avanzar en la Europa económica, política y social, que defiende la democracia real y la prosperidad, frente al autoritarismo y el populismo. Una Europa más competitiva y abierta, que gane en riqueza y empleo, para que 510 millones de personas no teman la “invasión” de emigrantes que se sumen a los 49 millones actuales. No es un reto fácil, porque Asia y América pelean por dominar el futuro. Pero Europa puede mantenerse, avanzando todos juntos, explotando el potencial de 27 paises, no buscando salvarse cada uno como pueda. Es la hora de unirse más, de avanzar, no de buscar atajos dispersando fuerzas. Más juntos y más Europa.