lunes, 29 de junio de 2015

España roza la deflacion = economía débil


Hoy, España ha evitado caer en la deflación : doce meses seguidos con inflación anual negativa. Los precios llevaban 11 meses cayendo, pero este mes de junio, la inflación anual ha subido al +0,1%. Es casi deflación, pero oficialmente no. Con todo, los precios en España están por los suelos, mientras en Europa, los precios han comenzado a subir, tras cuatro meses cayendo. En mayo, sólo España y otros 7 países tenían inflación negativa (Grecia, Chipre y cinco del Este), todos con serios problemas económicos. Porque la baja inflación es un claro síntoma de que la economía está débil y las empresas, para vender, tienen que “tirar los precios”. Algo bueno para las familias, pero negativo para el país porque bajan los márgenes de las empresas, se crea menos empleo y cuesta más hacer frente a las enormes deudas de familias, empresas y el Estado. Sólo reanimando la economía, el consumo y la inversión se pueden reanimar los precios y asegurar más crecimiento y más empleo. Pero eso exige otra política, en Europa y en España.
 

enrique ortega


España siempre ha tenido una alta inflación (llegó al 26,4% en 1977), fruto de contar con unas empresas menos competitivas, que necesitaban vender más caro para ganar lo que el resto. Con la entrada en el euro y la mayor apertura al exterior, las empresas ajustaron sus precios para competir (inflación en torno al 3% desde 1999), sobre todo a raíz de esta crisis. Y eso les llevó a recortar plantillas (-3,8 millones de empleos perdidos) y sueldos (han bajado del 10 al 20%), como vías para rebajar costes y poder vender con precios más bajos, dentro y fuera de España. Así, en 2009, España ya tuvo 8 meses de inflación anual negativa (entre marzo y octubre), con un suelo de -1,4% en julio 2009. Luego se recuperó, llegando a un pico del 2,1% de inflación en junio de 2013, para bajar después y caer desde julio de 2014 (-0,3%), con 11 meses seguidos en negativo, hasta este junio de 2015, en que los precios han subido tres décimas y la inflación anual se sitúa en positivo (+0,1%), por primera vez desde junio de 2014 . Con ello, España ha evitado caer en la deflación, según la definición del FMI (dos semestres en negativo).

Cuando los precios bajan, es un claro síntoma de que la economía está enferma. Es lo que pasó cuando la Gran Depresión en EEUU: los precios cayeron un 24% entre agosto de 1929 y marzo de 1933. Luego, la situación se repitió en Japón, donde los precios cayeron un 25% entre 1995 y 2013, o en Suecia (finales de los años 80). En Europa, el riesgo de deflación ha estado presente a principios de este año, al caer los precios entre diciembre 2014 y marzo 2015, pero la situación ha mejorado, al estabilizarse los precios en abril (inflación anual 0) y subir por primera vez en mayo (+0,3%), gracias a la actuación del Banco Central Europeo (BCE), que se ha lanzado a reanimar la economía inyectando liquidez con la compra de deuda pública. Pero la inflación sigue muy baja, muy por debajo del objetivo del 2%, porque la economía europea está estancada y apenas crece: un +0,4% en el primer trimestre de 2015 y sólo un +0,3% en Alemania, Italia o Reino Unido, con +0,6% Francia y +0,9% España.

Los precios se recuperan despacio en Europa pero todavía hay 8 países que tenían inflación anual negativa en mayo, según Eurostat : Chipre (-1,7%), Grecia (-1,4%), Eslovenia (-0,8%). Polonia (-0,6%), Bulgaria y España (-0,3%), Lituania y Eslovaquia (-0,1%). Un pelotón de países con  serios problemas económicos, que obligan a sus empresas a vender tirando precios para sobrevivir. Enfrente, los países europeos que ya han salido de la crisis lo reflejan en subidas de precios: Austria (+1%), Suecia (+0,9%), Bélgica (+0,8%), Alemania y Holanda (+0,7%) e incluso Francia (+0,3%) y Reino Unido (+01%). En todos los casos, la bajada del petróleo y la fortaleza del euro hasta febrero (facilitando la deflación importada) han ayudado a subir los precios, pero la clave está en un mayor consumo y crecimiento. Y aunque España crece más que la mayoría de Europa, es a costa de “tirar los precios”. Las previsiones, del Gobierno, el FMI o la Comisión Europea, apuestan por que tendremos inflación anual negativa (con altibajos) hasta finales de 2015 (entre -0,4% y -0,7%).

Siempre se piensa que tener los precios bajos (o incluso negativos) es bueno, porque podemos comprar más con nuestros ingresos y ahorros. Y además, tener precios bajos permite a las empresas competir mejor fuera, exportar mejor. Todo esto es verdad. Pero los precios muy bajos o negativos tienen tres graves problemas. El primero, que la baja inflación lleva a los consumidores a retrasar sus compras (más si les recortan sus ingresos), pensando que comprar mañana será más barato. Y con precios muy bajos, las empresas ganan menos, invierten menos, no crean empleo y pueden acabar cerrando.

Por otro lado, la inflación baja o negativa es mala para los que tienen deudas: si los tipos de interés están al 3% y la inflación es del 2%, estamos pagando unos tipos reales del 1%. Pero si la inflación está al -0,2%, pagaremos un tipo real del 3,2%, más del triple. Un dato real: España paga hoy su deuda pública a 10 años al 2,27%, con una inflación del -0,3%, lo que supone pagar un tipo real del 2,57%, superior al que pagaba en 2011, cuando los tipos estaban más altos (al 6%) pero como la inflación era elevada (3,8%), el tipo de interés real que se pagaba era menor que ahora (6-3,8%=2,20%). En definitiva, que con baja inflación, cuesta más pagar las deudas. Y esto es más grave para España, donde el Estado debe más de un billón de euros, las empresas otro billón  y las familias 740.000 millones. El tercer problema de la deflación es que reduce los ingresos públicos: con precios más bajos, Hacienda recauda menos (sobre todo por IVA). Y se reduce menos el déficit público, obligando a más recortes.

En definitiva, menos consumo, menos crecimiento y empleo, más pago real de intereses y menos recaudación de impuestos son los costes de tener la baja inflación. Por eso, los costes de tener los precios demasiado bajos son mayores que los beneficios. Y por eso, tanto la Comisión Europea como el FMI y el BCE tratan de conjurar la deflación, bajando los tipos de interés al máximo (hoy están en el 0,05%) y aumentando el dinero en circulación, comprando deuda pública y prestando a los bancos para que reanimen el crédito. Pero no parece suficiente, al menos para España y muchos países del sur y este de Europa.

La baja inflación en España es un claro síntoma de la debilidad de la economía, por mucho que el Gobierno presuma de crecer más que los países del euro. Pero crecemos por el empuje del gasto y la inversión pública (desde mínimos) en un año electoral y por la incipiente recuperación del consumo, por la extra de los funcionarios (un 25% de la que les quitaron en 2012), el pequeño aumento del empleo (precario y mal pagado) y la rebaja de retenciones en las nóminas desde enero (por la bajada de impuestos en 2015, tras tres años de subidas). Pero no es un crecimiento consistente, porque los motores de un crecimiento más potente están “gripados”: la inversión apenas despunta y el consumo sigue débil. No en vano, los ingresos de las familias han vuelto a caer en 2014 (-0,2%) y son hoy un 14,7% inferiores a los de antes de la crisis: si el gasto medio por hogar era de 31.711 euros en 2008, en 2014 ha caído a 27.038 euros, 4.673 euros menos. Y por eso hay menos consumo, menos ventas, menos inversión  y menos empleo.


Y no parece que el gasto mejore si  los sueldos subieron sólo un 0,3% en el primer trimestre, según el INE. Y con 5,44 millones de parados, más de la mitad (56,5%) que no cobran ya el paro. Y con la mayoría del empleo creado precario (un 25% de los nuevos contratos duran una semana o menos) y mileurista (de 600 a 1.100 euros de media). Y con un 22,2% de españoles (más de 10 millones) en riesgo de pobreza, según el INE.

Así resulta difícil reanimar de verdad el consumo y que las empresas aumenten mucho sus ventas, algo clave para reanimar la inversión y el empleo. Y por eso, siguen optando por la vía más segura: bajar los precios al máximo, para intentar vender dentro y fuera. Pero como no les salen las cuentas, funcionan al día, sobreviviendo, sin pensar en ampliar su empresa o su plantilla hasta que no se aclare el panorama y puedan subir precios sin riesgo. Un círculo vicioso que puede durar años, como sucedió en Japón, estancando la economía y el empleo.

La clave es reanimar la economía, aumentando el consumo para que tire de los precios, la inversión y el empleo. Hay que actuar en dos frentes. Uno, en Europa, donde Alemania y los países del norte tendrían que aumentar sus sueldos y su consumo, sus compras a la Europa del sur (vía importaciones), como pide insistentemente el FMI. Y en paralelo, la Unión Europea debería fomentar un plan de inversiones, un Plan Marshall para reanimar la economía europea, con más recursos que el aprobado Plan Juncker (sólo 21.000 millones nuevos de los 315.000 previstos), que todavía no se ha puesto en marcha. Y ahora, con la crisis de Grecia, la economía europea crecerá aún menos.


Mientras, en España, el Gobierno debería promover el consumo privado, con una mayor subida de salarios en las empresas con beneficios,  y un mayor gasto público en educación, sanidad, gastos sociales y lucha contra la pobreza, gracias a una reforma fiscal más justa que consiga nuevos ingresos de los que pagan poco (grandes empresas, multinacionales y los más ricos) y permita bajar los impuestos a niveles anteriores a 2011 a la mayoría de españoles. Y en paralelo, con esos mayores ingresos públicos, promover un plan de inversiones, públicas y privadas, en tecnología, industria, formación y sectores con futuro, que tire del crecimiento y el empleo.

La baja inflación, los precios muy bajos mes a mes, son un claro síntoma de que la economía no va bien, diga lo que diga el Gobierno y sus voceros. Cinco años de austeridad a ultranza nos han llevado hasta aquí y aunque ahora estemos algo mejor, creciendo (poco) y creando algo de empleo (precario y mal pagado), hay que insistir en que seguimos en crisis y con demasiados parados como para no tomar otras medidas ya. No podemos regodearnos en la mediocridad de la situación económica actual, como dice el FMI. Hay que presionar para que se haga otra política, en Europa y en España, que nos saque de verdad del agujero. Y cuando esto ocurra, los precios volverán a subir, porque es lo suyo. Lo anormal es la deflación o la bajísima inflación.

jueves, 25 de junio de 2015

Sin más formación, muchos no tendrán empleo


Hay poco empleo y el que hay es para los más formados. Y aún será peor en el futuro: en 2020, sólo un 15% del empleo será para los poco formados. El problema de España es que un 45% de la población tiene poca formación, el doble que Europa. Y lo mismo pasa con la mitad de los parados. Un  grave problema que no se ataja: sólo el 11% de los que trabajan y un 16,7% de los parados hacen cursillos de formación. Y una quinta parte de los jóvenes ni estudian ni trabajan. Así, con tan poca disposición a formarse, será difícil que muchos conserven su empleo o que la mitad de los parados encuentre trabajo. Hay que apostar por la formación, desde la educación general a la formación a ocupados y parados, preocupándose no sólo en dar títulos sino en enseñar habilidades (idiomas, informática, hablar en público, iniciativa, análisis…). No basta con crear empleos: hay que estar formado para ellos.
 

enrique ortega


La formación es la principal asignatura pendiente de España. Lo era ya antes de la crisis y lo es mucho más ahora, cuando tenemos más del doble de paro que Europa. Y los datos son escalofriantes: casi la mitad de los españoles (45%) adultos (25-64 años) tiene un nivel de educación bajo, sólo con la ESO acabada o menos, frente al 21% de adultos poco formados en Europa (UE-21) y un 24% en la OCDE, según el estudio “Panorama de la Educación 2014” (OCDE). Incluso tenemos más porcentaje de adultos poco formados que Grecia (32%) y sólo nos supera Portugal (62%), acercándose Italia (43%), mientras estamos muy lejos de Suecia (12% adultos poco formados), Alemania (14%), Finlandia (15%), Reino Unido (22%), Francia (27%) o Irlanda (25%). En medio, tenemos también muchos menos adultos con bachillerato y FP básica: un 22% frente a 48% en Europa y 44% en la OCDE. Y sin embargo, estamos en cabeza de universitarios: 32% frente a 29% en Europa y 33% en la OCDE.

O sea, que tenemos una pirámide educativa "de locos" : hay más españoles universitarios pero menos que sólo tienen el bachillerato y muchos más sin formación. La consecuencia es doble. Por un lado, al estar peor formados, tenemos menos personas trabajando, sobre todo entre los que tienen menos estudios: en España sólo trabajan un 49% entre los peor formados (frente al 51% en Europa), un 66% de los medio formados (frente al 73% en Europa) y un 77% entre los universitarios (frente al 83% en la UE-21), según el estudio de la OCDE. Y por otro, tenemos el doble de paro porque el desempleo ataca más a los que tienen menos estudios: un 31% de paro entre los peor formados (17% en Europa), 22% entre los de formación media (9% en Europa)  y sólo el 14% entre los de estudios superiores (6% en Europa). Y además, a menos formación, menos salario: los que sólo tienen la ESO o menos ganan en España un 21% menos que los que tienen bachiller y los universitarios un 59% más.

Esto es lo que pasa ahora. Pero en el futuro, no tener formación será aún peor. Para 2020, el 50% de los empleos en Europa serán para trabajadores con formación media, el 35% para niveles altos y sólo quedará el 15% para niveles bajos de formación (los que tienen el 45% de españoles), según un estudio de CEDECOP. Y centrados en España, de los nuevos empleos disponibles  aquí dentro de una década (entre 8,8 y 10 millones), sólo el 2,3% serán para los que tienen baja formación (ESO o menos), un 39,3%  para los que tengan estudios medios (bachillerato o FP) y más de la mitad (58,4% para los que tengan educación superior (estudios universitarios o FP Superior), según un reciente estudio de la Fundación BBVA e Ivie.

Así que España tiene que “ponerse las pilas” con la formación, algo que no se hace de un día para otro, que exige medidas y tiempo, varias décadas. Pero hay que empezar ya. Primero, en la enseñanza general, para conseguir que ese enorme porcentaje de españoles que sólo tienen la ESO o ni siquiera (45% adultos) se reduzca y una parte consiga hacer el bachillerato o la FP básica. Urge un Plan de choque, para recuperar a los que abandonaron sus estudios con el boom de la construcción y el turismo y ahora están parados y no estudian nada. Son los ni-nis (ni estudian ni trabajan), un 20,7% de los jóvenes españoles de 15 a 29 años (2014), el doble que la media europea (11,1% ninis en UE-28), según el último informe de la OCDE. Son 934.667 jóvenes que ni trabajan ni estudian y que si no se recuperan con urgencia, con Planes de “repesca” y formación, serán de verdad  “una generación perdida”.

Pero no sólo hay que pensar en ellos. Hay que reflexionar sobre toda la educación, incluida la Universidad, para que no suceda que tenemos muchos universitarios que sólo encuentran trabajo de teleoperador o de cajera de supermercado. Y es que España no sólo está retrasada en educación, por tener menos bachilleres y sobre todo menos personas con Formación Profesional (8,6% de los adultos, frente al 33% en la OCDE y el 55% en Alemania). Es que además, los españoles (16 a 65 años) están por debajo de la mayoría de países occidentales  en comprensión lectora, matemáticas y capacidad para resolver problemas, según los últimos datos de la OCDE. Y también en informática y en idiomas. Y esto es tan grave o más que no tener bachillerato o FP, porque las empresas valoran cada vez más estas “habilidades”a la hora de dar trabajo. Y los estudios revelan que los jóvenes españoles, incluso los universitarios, tienen problemas para hablar en público, escribir, hacer presentaciones, analizar información, saber  interpretar datos y estadísticas, ser creativos, tener nociones económicas, manejar ordenadores o saber idiomas (sólo un 9% de españoles afirma tener un nivel avanzado de inglés, según el INE).

O sea que además de darles un título, hay que enseñarles de otra manera, a memorizar menos y  pensar más, a prepararse para lo que necesitan las empresas. Y orientarles mejor, dirigiéndoles  a estudios con salida. Así, ahora, las carreras que tienen más salidas, más empleo y menos paro, son las que tienen menos estudiantes: matemáticos y estadísticos (5,7% de paro), servicios de seguridad (7,45%), Derecho (10,63% paro), veterinarios (10,65%) y Salud (12,8%), según el INE. Y más de la mitad de las ofertas de empleo en 2014 fueron, según Infojobs, a comerciales e informáticos, seguidos de telecos, atención al cliente, administración de empresas y finanzas.

El segundo frente de actuación, tras la enseñanza general, son los parados: el problema no es sólo que 5.444.600 españoles estén sin trabajo (un 23,78%), sino que más de la mitad de estos parados (el 54,7%, casi 3 millones) tienen poca formación, la ESO o menos, según el INE. Y casi otra cuarta parte (el 23,2%, 1,2 millones más) sólo tiene bachillerato o FP. Así resulta muy difícil que salgan del paro, porque como hay poco empleo las empresas tratan de escoger candidatos, entre los más formados y con más experiencia. Y aquí, los parados jóvenes sin formación tienen todas las de perder: 789.700 jóvenes parados de 16 a 29 años, el 54% de todos los desempleados jóvenes, no tienen bachiller ni FP.

Se impone pues volcarse en mejorar la formación de los parados, sobre todo los más jóvenes. Y más cuando sólo un 16,7% aprovecha que está sin trabajo para formarse, según un informe de Asempleo. Eso se debe no sólo al “abandono” de los parados sino a que con los recortes se han quitado cursos y los que hay son bastante obsoletos, casi en exclusiva presenciales (no online) y demasiado largos (dos tercios, de más de 200 horas). Y además, los están haciendo más los parados más formados, no los que más los necesitan. Y no hay un seguimiento personalizado de cada parado ni se atiende a lo que necesitan las empresas.

El tercer frente de actuación, tras la enseñanza general y la formación a los parados, es el reciclaje de los que están trabajando, para que no pierdan su empleo en el futuro y se adapten a las nuevas necesidades de sus empresas. Aquí los datos son también muy negativos: sólo el 11,1% de los ocupados realizó cursos de formación en 2014, según datos de Asempleo. Y lo peor es que los que hacen la mayoría de los cursos (financiados por las cuotas de empresas y trabajadores) son los empleados de las grandes empresas y sobre todo directivos, técnicos y mandos intermedios, no los que más los necesitan. Y además, muchos de estos cursos están obsoletos y son presenciales (sólo un 18,2% a distancia), además de que las empresas no facilitan que sus empleados “pierdan horas” para formarse, según denuncian los sindicatos.

Así que estamos metidos en un callejón sin salida: tenemos un país con adultos la mitad de formados que en Europa y con una educación poco práctica, con la mayoría de parados y de ocupados sin formarse ni reciclarse. Y para colmo, el Gobierno Rajoy ha recortado drásticamente el gasto en educación (-7.300 millones de euros entre 2010 y 2014) y el gasto en formación a parados y empleados (1.815 millones en 2014, un 25% menos que en 2009). Encima, una parte de este escaso dinero para cursos de formación  se ha gastado mal, con mucho fraude, detectado sobre todo en Madrid y Andalucía. Ahora, desde el 24 de marzo de 2015, el Gobierno ha cambiado el sistema de formación, sacando a concurso los cursos que antes monopolizaban sindicatos y patronal. Pero aun así, los recursos son escasos y los cursos no tienen mucha relación con las demandas de las empresas. Y apenas se hacen.

El propio Banco de España acaba de pedir al Gobierno que actúe sobre el desajuste educativo de España (reduciendo el “abandono escolar”, ampliando la FP y mejorando la calidad de la enseñanza universitaria), que mejore la formación de parados y ocupados y modernice el Servicio Público de Empleo (SEPE), que no ayuda a los desempleados a reciclarse. Y sobre esta brecha formativa de España insiste año tras año la OCDE. Pero el Gobierno y las fuerzas políticas no están en esta onda, en la que nos jugamos el futuro. Haría falta un gran Pacto nacional, a diez años vista, para aprobar esta asignatura clave de la formación. Es la única manera de salvar a los jóvenes de hoy y a la próxima generación. Y hay que empezar ya. Si no, aunque se consigan más empleos, muchos no los verán.

lunes, 22 de junio de 2015

Los videojuegos, la primera industria "cultural"


Los videojuegos son la primera industria audiovisual mundial, por delante del cine y la música. Y la primera opción de ocio para 1.200 millones de personas. Cada año van a más, con el “boom” de los juegos en el móvil, las gafas de realidad virtual y la televisión, según se vio la semana pasada en la Feria mundial de los videojuegos, la E3. España es el cuarto país europeo consumidor de videojuegos, con casi 1.000 millones de ventas, más que el cine y la música juntos. Y juegan ya el 24% de los adultos, junto a muchos jóvenes y niños. Este mercado de ocio ha multiplicado las empresas españolas que hacen videojuegos, aunque el 95% son importados. Desde 2009, son considerados industria “cultural” y reciben subvenciones (pocas), que el sector pide aumentar, aunque muchos critican su violencia. Pero también son una gran herramienta educativa y de entretenimiento. Y una industria con gran potencial y tecnología, de la que España no puede marginarse. Eso sí, con juegos menos violentos.
 

enrique ortega


Vivimos en un mundo donde los videojuegos se han convertido en la primera industria de ocio en el mundo, por delante del cine y la música. Este año 2015, la previsión es que la industria de los videojuegos facture 111.057 millones de dólares a nivel mundial, según previsiones de Gartner, por delante del cine (85.000 millones). Y se estima que hay 1.200 millones de consumidores, tantos como la población de China, que ya es el segundo consumidor mundial de videojuegos, por detrás de EEUU. El Gobierno chino los prohibió en el año 2.000, para “prevenir a la juventud de la violencia y la corrupción de los videojuegos”, pero ante su pujanza decidió levantar parcialmente el veto a las videoconsolas y juegos extranjeros, lo que ha multiplicado su consumo, como en el resto de Asia y Latinoamérica.

Los videojuegos llevan una década ganando la batalla al cine y a la música, con inversiones millonarias en el lanzamiento mundial de nuevos productos. El videojuego más caro de la historia, Destinity (de Activisión Blizzard) contó con un presupuesto de 380 millones de euros, mayor que la película más cara de la historia, Avatar, que costó 250 millones. Y además, estas enormes inversiones se recuperan antes que las del cine: Call of Duty Blacks Ops llegó a recaudar 350 millones de dólares el mismo día de su lanzamiento (tras haber costado 30 millones) y ha recaudado en total más de 1.000 millones de dólares. Por todo ello, el mundo del cine se ha rendido a los videojuegos y hay grandes estudios, como Disney o Warner, con divisiones de videojuegos y actores que doblan o protagonizan videojuegos, como Kevin Spacey (Call of Duty: Advanced Warfare), William Dafoe o Samuel L. Jackson.

El negocio mundial de los videojuegos se lo reparten entre las tres grandes empresas de videoconsolas, Sony (Play Station), la líder, Microsoft (Xbox) y a distancia Nintendo (Wii), y un reducido grupo de multinacionales norteamericanas, japonesas, canadienses y francesas,  que elaboran videojuegos físicos o para dispositivos móviles (Activision Blizzard, Electronics Arts, Bandai Namco, Kodami, Ubisoft y Gameloft). Cara al futuro, se van sofisticando las consolas, con acceso a Internet, incorporación de gafas virtuales y juegos de realidad virtual y realidad ampliada, mientras hay un enorme desarrollo de juegos para móviles, que en unos años supondrán ya la mitad del mercado, según se ha visto en la Feria mundial de los videojuegos, la E3, celebrada la semana pasada en Los Ángeles. Ahora, el gran reto del sector es captar a las redes sociales para los videojuegos. E incluirlos en la televisión a la carta, para lo que hay proyectos de Sony, Samsung y Google. El objetivo es incorporar a nuevos usuarios, a más adultos y más mujeres (el nuevo FIFA 16 incorpora futbolistas femeninas).

En España, los videojuegos son también la primera opción de ocio de los consumidores  y llevan una década vendiendo más que el cine y la música juntos. Tras un bache de ventas entre 2012 y 2013 (-16%), se han recuperado en 2014, alcanzando los 996 millones de euros, según datos de la patronal AEVI: 391 millones son por ventas de consolas (1,1 millones vendidas en España en 2014) y periféricos (4,4 millones) y otros 605 millones por la venta de videojuegos (casi 10 millones vendidos en 2014). Se estima que hay 17 millones de jugadores en España, mientras el 24% de adultos se declara jugador habitual (y uno de cada cuatro juega ya online). Eso sí, el consumo medio (16,42 euros por habitante) es todavía muy inferior en España al de otros países desarrollados, como Canadá (65,42 euros por habitante), Reino Unido (44,69 €), EEUU (39,37 €), Francia (37€) o Alemania (34€).

España es hoy el cuarto país europeo con más consumo de videojuegos, sólo por detrás de Reino Unido, Alemania y Francia. Pero el 95% de los videojuegos que se consumen son de importación, a pesar de que la industria española del videojuego ha pegado un gran salto en la última década, pasando de 30 a 340 empresas, la mayoría pymes (86% tienen menos de 25 empleados), localizadas sobre todo en Madrid (29,8%), Cataluña (27,1%), Comunidad Valenciana (10,5%), Andalucía (8,1%) y País Vasco (6,85), según el Libro Blanco del sector. Un sector que ya da trabajo a 2.700 personas (más 4.500 empleos indirectos), sobre todo jóvenes de alta cualificación. Y que exportan un 60% de los videojuegos que crean, algunos (saga Castelvania) empezando a ganar un hueco en el competitivo mercado mundial.

En muchos países, como Francia, Reino Unido, EEUU, Canadá y Corea del Sur, las industrias del videojuego reciben ayudas públicas (desgravaciones, financiación, terrenos…), para ayudarlas a competir. En España, el sector también recibe ayudas desde 2009, cuando el Congreso aprobó (25 marzo) por unanimidad de todos los partidos una iniciativa del PSOE para el reconocimiento del videojuego como “una industria cultural”, como el cine, los libros o la música. Y así, las empresas de videojuegos pueden optar a las ayudas del Ministerio de Cultura, dentro del Plan de Fomento de las industrias culturales y creativas, así como a créditos ICO y avales de la SGR. En realidad, los fondos para todas las industrias culturales son muy escasos (han pasado de 1,8 millones en 2010 a 5,3 en 2012 y 1,7 millones para 2015) y el sector se queja de que se reparte con criterios muy restrictivos. Además, en 2014, el Ministerio de Industria ha abierto otra línea de nuevas ayudas específicas para los videojuegos, dentro de la Agenda Digital: el año pasado se concedieron 21,17 millones (19 en préstamos y el resto subvenciones) a 33 proyectos. Y este año hay otros 15 millones.

El sector se queja de que es poco dinero y muy difícil de conseguir para las pymes y autónomos que se dedican a diseñar videojuegos. Y por otro lado, hay críticas a que se subvencionen como “cultura” videojuegos que promueven la violencia entre niños y jóvenes. De hecho, dos de los videojuegos importados más vendidos son bastante polémicos: Call of Duty (soldados dedicados a matar) y sobre todo Gran Theft Auto, plagado de armas, violencia, robos, prostitución, drogas y violencia organizada. Sin olvidar Assasins Creed (el protagonista es un sicario), Halo (guerra futurista), Dead Space (juego de terror y disparos). Juegos que son para mayores de 18 años, pero que consumen muchos niños en todo el mundo. Pero los expertos recuerdan que los videojuegos tienen otras aplicaciones muy positivas, como la enseñanza (“aprender jugando”), la salud (simulación operaciones, tratamiento de fobias), el deporte (ejercicio y juegos) o las presentaciones virtuales para fomentar compras.

Lo que parece claro es que la industria de los videojuegos tiene un gran potencial y España no puede quedarse al margen ni vivir de importar videojuegos. Se puede y se debe crear aquí unas empresas más fuertes, dirigidas a cubrir la creciente demanda española (crecerá un 130% en los próximos tres años, según el Libro Blanco del sector) y a exportar. Es riqueza, tecnología y empleo, sobre todo para jóvenes, que llevan años formándose en Universidades públicas y privadas, que ofrecen Grados en diseño de videojuegos. Para ello, habría que mejorar las ayudas y sobre todo la financiación al sector (con una línea específica del crédito oficial, el ICO) y fomentar la inversión extranjera en las empresas españolas, para evitar la fuga de jóvenes diseñadores. Y seguir promoviendo la exportación, como hace el ICEX con el programa “Games from Spain en ferias internacionales.

Un elemento clave es reducir la piratería, que se come la mitad del negocio del sector de los videojuegos: en 2014, se piratearon en España 242 millones de contenidos (en videojuegos físicos y online), por valor de 226 millones de euros, según el estudio del Observatorio de la Piratería. Eso “roba” la mitad de las ventas legales de la industria y resta 1.517 empleos más que podrían crearse, además de otros 47,5 millones en impuestos. Y en paralelo está el problema de la importación ilegal de videojuegos, sin pagar impuestos, a través de multitud de tiendas online ilegales, que restan negocio  a distribuidores y tiendas legales.

Al final, nos guste o no, la industria de los videojuegos domina el mercado del ocio y tiene un gran futuro por delante. Y España está en manos de las grandes empresas y distribuidores extranjeros. Así que mejor sería promover una industria propia, que tiene ya una alta cualificación y tecnología y que precisa de un empujón desde el Gobierno, la banca y los emprendedores. Eso sí, a cambio de promover unos productos con más valores culturales y educativos y menos violencia. Videojuegos que entretengan, eduquen y no deformen.